1 de abril de 2009

(y II) Julián Ríos: excelencia y amenaza




El peligro: el mundo se filtra de muchas formas, como hipostatización de lo canónico, como tácita aceptación de la narrativa de las literaturas nacionales...
Las reglas de formación y mantenimiento del canon y de la literatura nacional permanecen incuestionadas, más allá de la lingüisticidad radical.
Que, en el fondo y a mi modesto entender, ya esté bien que sea así al menos en el caso del canon, porque creo que hay espacios que deben quedar al margen de la madeja crítica para hacer posible el propio discurso, no evita que siempre debamos ser muy conscientes de ello para no convertir la condición del discurso en un fundamento sagrado ajeno a la reflexión. Es preferible a que aparezca por la retaguardia cuando creemos que hemos conjurado el mundo desde las palabras.

Otro peligro: la fusión de géneros. En un ensayo que no es ensayo, más allá del ensayo, todo puede justificarse. Incluso la afirmación menos argumentada. Total, no se trata de un ensayo que haya de respetar las reglas del ensayo. Es literatura...

"Por cierto, tengo el pálpito, voy a llamarlo así, de que el nombre o seudónimo redundante de Humbert Humbert procede por asociación del de Lola-Lola, la cabaretera fatal de la novela Profesor Unrat, del otro hermano Mann, Henrich, que fue llevada al cine en 1930 con el título de El ángel azul, y protagonizada como se sabe por Marlene Dietrich, con gran popularidad en todo el mundo y por supuesto en Alemania, donde vivía Nabokov en la época del estreno. Nabokov sólo vio algunas fotos de la película, parece ser, pero le dio a la madre de Lolita aires de una Marlena Dietrich desvaída."

En fin.

En todo caso, en ese difícil equilibrio creo que siempre se ha movido Julián Ríos y por eso su obra es tan digna de aprecio.

Me olvidaba. Hace años sonreía con sus juegos de palabras, con sus asociaciones. Creía que eran detalles humorísticos. Eran los tiempos librescos, postestructurales, universitarios...

Ahora, si eso es sentido del humor... Bien, resulta que o lo he perdido o ya no le veo tanta gracia. Me he hecho viejo, seguramente.
Y quizás él a su manera. En el Epílogo final (o Apólogo, ya estamos con los jueguecitos de marras) se enfrenta al problema de la definición del humor. Y sólo al final, cuando recurre a un chiste de los de siempre, de aquellos que atribuyen condiciones humanas a los animales, reí.
Diría que es un final que, muy a su pesar, muestra que aunque el humor se produzca mediante palabras no es un asunto únicamente de palabras.

Lo cierto es que, aunque sigo comprando todos los libros que publica Julián, más que de él y nuestro Joyce común, me encuentro que voy siendo, cada vez más, de Asimov.