30 de mayo de 2009

El dios de las pequeñas cosas: teología, literatura y televisión



El dios de las pequeñas cosas
no está, únicamente,
en la proximidad del jardín,
en el bosque,
entre las rocas,
en gestos y miradas,
en todo aquello que es mullido y hermoso.

Vive también
en vertederos lejanos,
en lugares sordidos y fríos,
entre las herrumbres,
en dolores y pústulas,
en todo aquello que es sombrío y húmedo.

Lo saben bien los personajes de CSI Las Vegas.

En el episodio 172 (Temporada 8, capítulo 7),
"You kill me",
el técnico de rastros,
Hodges,
plantea un ejercicio imaginario de resolución de crímenes
en el cual las víctimas
son sus compañeros de trabajo.

En la escenificación de uno de ellos,
Hodges explica cómo llega a la sala de autopsias
el cadáver congelado del especialista de laboratorio.

El ayudante médico,
tras la acostumbrada inspección ocular
del cuerpo del colega
que ha de preceder al examen de los órganos internos,
señala con rigor: "No hay signos de agresión sexual".

El doctor Albert Robbins, Chief Medical Examiner,
susurra, aliviado:
"Gracias Dios, por estos pequeños favores".

27 de mayo de 2009

Escribe Foucault (II)...



"De modo general, diría que la prohibición, el rechazo, lejos de ser las formas esenciales que adopta el poder, no son sino sus límites extremos. Las relaciones de poder son por encima de todo productivas".

Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones, trad. de Miguel Morey, p156

23 de mayo de 2009

Escribe Popper...



"1. El curso de la historia humana está fuertemente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos (...)
2. No podemos predecir, por métodos racionales o científicos, el crecimiento futuro de nuestros conocimientos científicos (...)
3. No podemos, por tanto, predecir el curso futuro de la historia humana".

Karl Popper, La miseria del historicismo, trad. de Pedro Schwartz, p12.

20 de mayo de 2009

Antonio Orihuela: "Libro de las derrotas"




A quienes conocemos la poesía de Antonio Orihuela, una poesía de tremenda dureza que no se sirve ni de recursos "malditos" ni de provocaciones estandarizadas como "transgresoras" (y pienso ahora en espectaculares bobadas como el pijiprogre Odio Barcelona de Eloy Fernández Porta & Co.) , teñida hasta las comas de una afilada lucidez, no nos extraña que viva en la marginalidad del asteroide literario aunque sea un autor de culto.

Probablemente como ensayista no corra una suerte distinta: su fiera brillantez y su reflexión austera no son del agrado de los grupos editoriales. En esta sociedad del espectáculo no tiene un sitio central porque es un autor realmente incómodo, que suscita el escándalo sin carnaval y no hace concesiones.

Su Libro de las derrotas. Ensayo sobre el conflicto desde la teoría del bricolaje. (La oveja roja, 2008) es un buen ejemplo de ello.

Un texto excelentemente escrito que puede alcanzar, en el espacio de breves páginas, momentos de auténtico lirismo seguidos de otros de descarnada sordidez y pasar del humor a lo tétrico en unas cuantas líneas. Texto reflexivo, autocrítico y complejo. Collage fragmentario que, sin embargo, no se instala en el rechazo a las grandes narrativas como justificación a la pobreza, a la miseria de un pensamiento que abdica de sus posibilidades una vez conocidos sus límites: que se bloquea ante la "falsa infinitud" que denunciaba Hegel.

De entre todas las virtudes del libro destacaría dos entre muchas otras: la plasticidad tragicómica de las escenas y la honestidad que impregna su discurso.

La plasticidad y el humor que destilan algunos de las instantáneas que desfilan por las páginas llegan a condensaciones memorables como en el relato ("Turismo") de la estancia de Federica Montseny en Granada el 10 de agosto de 1932 para pronunciar una conferencia coincidiendo con la respuesta obrera y campesina al levantamiento de Sanjurjo en Sevilla. No menos tragicómica es la discusión sobre la muerte de Durruti ("Las siete muertes de Durruti") que revela la comunidad de intereses hagiográficos entre fascistas y republicanos "porque el mito ayuda a bien morir". Eso por no hablar de sus sencillas y contundentes exposiciones sobre las condiciones económicas de la actualidad (excelentes "Otra reforma laboral" o "Pelotazos") en las que tanto se dice sin necesidad de recargo. Algunos no podemos sino sonreír mientras se murmura una serie bien engarzada de exabruptos.

Pero también éste es un libro, ante todo, honesto. Y la honestidad se objetiva: no es sólo una excelencia de su autor (que también) sino una variable que se deduce del recorrido y la estructura del texto.

Amparándose en una específica utilización del excursus sobre el "paradigma" del bricolage que Lévi-Strauss describió en La pensée sauvage para explicar las estrategias del pensamiento "mítico" y que Derrida y otros extendieron después, a modo de tropo, al pensamiento que trataba de sustraerse a los principios rectores de la tradición metafísica, Antonio Orihuela contruye una narración sin eje, discontinua, atemática, sin sujeto ni centro, que salta de espacios a tiempos, entre tiempos, entre espacios, y de tiempos a espacios.

Construcción heterológica hasta casi el límite. Bricolage de elementos dispares: unión transitoria, accidental, no substancial, de diferencias. Autómatas, Federica Montseny, Franco, la Gran Guerra, la lógica del Capital, la fiesta y la revuelta, la búsqueda del tesoro, la propaganda, La Rábida, Durruti...

Y, sin embargo este texto que celebra la diferencia y que parece apostar por lo radicalmente otro al inicio se vuelve, en su conclusión, hacia una evidencia: no puede accederse a la diferencia pura.
No hay discurso de lo puramente otro. La diferencia en su absoluta diferencia no puede ser pensada. Siempre lo es desde, o con, la identidad. Contaminada por ella, en cualquier caso.

El libro de las derrotas descubre que la búsqueda del tesoro confiere a lo dispar una cierta unidad, como la conceden el conflicto, la derrota, los oprimidos, la lucha... Que aunque la Historia no sea Una, hay historia y hay historias siempre: "porque esta es la Historia de nunca acabar, una Historia que continúa". Y esta reformulación, crítica con el inicio, es una muestra de honestidad. Lo más fácil hubiera sido seguir con la farsa: el espectáculo de Anagrama, el sketch. Y, al ver un argumento que se hila entre los gags, apartarlo para acabar con una traca de samples finales. Todo muy in. Pero Antonio renuncia a la trampa.

No nos miente.

Por último, no estoy seguro de que se rinda ante la conversión del libro de Enzensberger en máxima: frente a aquellos que piensan que El corto verano de la anarquía es metáfora y metonimia de una ideología que, en su propia naturaleza, lleva inscrita el horizonte regulativo de una edad de oro o una parousía y no puede más que vivir en cortos veranos, los permitidos por los libros que las Corporaciones publican mientras se balancean en sus poltronas universitarias, Antonio no es un creyente. Puede que su ética le lleve a pensar la brevedad del estío, pero no a resignarse.

14 de mayo de 2009

(y IV) Nuevo libro de David González. Pathos, Ethos y violencia



Y en la raíz pero también la superficie, en los intersticios y en las profundidades, en el ethos y el pathos y entre ellos, la violencia. Autenticidad, abandono de la subjetividad construida y autodeterminación artística tienen que ver con esa experiencia de la violencia que se extiende por sus textos.

Violencia del estado, del sistema social, del modo de producción capitalista, sí. Violencia clásica, identificable. Represión. Pero también violencia de la palabra, del discurso y del silencio. Violencia de la creación y de la producción. Violencia positiva, estimuladora, económica... Violencia del poder pero también de los contrapoderes.

Y, especialmente, lejos de cualquier representación maniquea y simplista, violencia de las personas. Violencia de los otros y de uno. Violencia con nombres (y hasta apellidos). Violencia sobre los cuerpos y las mentes ejercida no sólo por un lejano "Sistema" o un más próximo "Estado" o por las ya cercanísimas "Corporaciones" sino también por personas de carne y hueso. Hombres y mujeres con padre, madre, hermanos, amigos, gatos...

No sólo la violencia abstracta o la caricatura del manual del revolucionario sacerdotal sino también la concreta, fechada, fijada en palabras, actos, gestos, cosas, heridas.

Violencia humana.

"La anciana hablaba con su marido
con una voz lo suficiente
mente
clara
como para que yo,
que había llegado antes para ocuparme del micrófono,
pudiese entender, con absoluta claridad,
lo que le decía.

Lo que le decía delante de la fosa común número tres
del cementerio de Ceares, en Gijón, Asturias.

Lo que le preguntaba:

¿Pero por qué a ti, cariño?

¿Por qué tuvieron que hacerte eso, mi amor?

Con lo bueno que tú fuiste siempre,
¿por qué tuvieron que asesinarte de esa forma?

¿Por qué, mi vida, por qué?

Aquella mujer, de Santander, hablaba con su compañero
como si este aún se encontrase con ella entre los vivos
y no allí,
en la fosa común número tres,
solidario con los restos de sus camaradas republicanos.

¿Pero por qué a ti, corazón?

¿Por qué tuvo que pasarte esto, mi cielo?

¿Por qué tuvieron que asesinarte de esa manera
si tú nunca le hiciste mal a nadie?

¿Por qué, vida mía, por qué?

Por eso precisamente, señora. Porque no le hizo mal a nadie.
Por eso se lo bajaron. Porque era bueno. Y ellos,

ellos no.

Sin embargo, en vez de acercarme y decírselo,
eché un candado a mis labios y me alejé de la guerra.

A eso del mediodía, se celebraba un acto conmemorativo
del setenta y seis aniversario de la II República y yo tenía que leer
un poema."

(Poema de Loser tomado de su Blog)

12 de mayo de 2009

Nuevo libro de David González. Pathos, Ethos y violencia (III)


Pero es evidente que lo objetivo no puede borrar de un plumazo esa casilla vacía que es lo subjetivo. ¿Por qué, aparte de lo dicho, admiro sus escritos?

En la interacción entre algo así como un pathos, un cierto ethos y una específica experiencia de la violencia, un triángulo que recorre sus textos, veo uno de los elementos que lo distinguen de la mayoría de los cientos de buenos y grandes poetas que hay en este país y lo hacen extraordinario.

Siempre he encontrado en la obra de David un pathos muy heideggeriano: una auténtica pasión por la autenticidad que atraviesa tanto la forma como la materia de su poesía (en la medida en que se pueden distinguir analíticamente) y su propia subjetividad.

Búsqueda de la autenticidad que adelgaza dicción y ficción hasta acercarlas casi a un "grado cero" de la construcción poética.

La afirmación de Colinas (que algunos no compartimos) de que dividir una narración en líneas no implica que se escriba un poema se las habría, en ocasiones, con estos textos profundamente narrativos, escuetos y tan desprovistos de carga retórica que parecen un relato sumarial de hechos separado por espacios y que, sin embargo, producen un innegable efecto poético: diamantino y conmovedor.

Esta autenticidad sería una conquista del ser lanzado al mundo antes que un punto de partida o un atributo natural. Ahora, leyéndole, puede parecer casi inherente a su escritura y a su persona: una cualidad casi física, substancial.

No obstante, creo que es el fruto de un trabajo intenso. Utilizando la retórica del pensador alemán, es el esfuerzo de alguien que, en su desarraigo y angustia vital, resuelve vivir en la verdad asumiendo su finitud para tomarla no como final sino como condición, como punto de partida. Un "ser para la muerte" que vuelve a mirar el mundo sin cosméticos. De este modo, el pathos se construye con una decisión, con un cierto ethos.

En este ethos, un ethos plural y que se resiste a la simplificación, se hallaría el combustible que alienta la entrega a la finitud y a la historicidad y, con ella, su búsqueda de una escritura que rompa con las apariencias, con las ficciones de la sociedad del espectáculo, reivindicando el hecho puro y desnudo traducido con la mínima impostura: acontecimiento y descripción.

Reivindicación, con todo, que también puede servirse de la ficción, como lo muestra su magnífico El hombre de las suelas de viento. De una ficción sometida a lo fáctico, a lo histórico, para conseguir mostrar de una manera casi ostensiva lo sucedido. Aunque sea remontándose hasta la máxima distancia, huyendo del "grado cero" hacia la metaliteratura, el objetivo es el mismo: el hecho y su enunciación lo más pura posible.

En este ethos encuentro dos principios que me recuerdan, y por eso los tomo en su literalidad, a algunas reglas básicas de la ética de Foucault. Principios sustentados en una experiencia que acabaría funcionando como una suerte de origen tachado, de "desconocida raíz común" como la buscada por Kant, de fundamento abismal: la experiencia de la violencia.

Los dos principios: "desprenderse de sí mismo" y "el gobierno de uno mismo como trabajo artístico".

Desprenderse de sí mismo, de todo aquello que la sociedad ha ido superponiendo sobre nuestros cuerpos y almas violentamente: trabajo infinito por definición. Rasgar las máscaras, desautomatizar los hábitos, reconsiderar nuestros principios, interrogar nuestras pulsiones, poner nuestra subjetividad en tela de juicio...

Desprenderse del sujeto al que estamos sujetos. Deshacerse de lo impuesto por una realidad percibida como manifiestamente cruel e injusta. Empeño sin síntesis final, sin satisfacción por el triunfo de la completa autorrealización: empeño condenado al fracaso si se busca el "hombre nuevo"; empeño hermoso si se entiende como una lucha incesante en la que siempre somos y seremos derrotados. Empeño de los perdedores.

Construirse como sujeto diferente en perpetua reconstrucción y problematización implica gobernarse, ser dueño de uno mismo, sapere aude (Kant), y acometer esta autodeterminación de un modo "estético": construirse al modo de la obra de arte. No separar personaje y persona, literatura y vida, trabajo y vida privada. Luchar contra la escisión colocando lo artístico no sólo en el exterior sino también en el interior.

8 de mayo de 2009

Nuevo libro de David González. Pathos, Ethos y violencia (II)



Decir que David González es un "exponente del realismo sucio", del "minimalismo", de la "poesía de la conciencia", de la "poesía comprometida", de la "poesía de no-ficción", entre otras categorías de las que tenga noticia en las que se le ha incluído (o incluso él mismo ha utilizado) en estos años, puede ser más o menos acertado para ciertos textos pero, en ningún caso, hace justicia a su obra.

Esto no quiere decir que sean inadecuadas o inservibles. Lo son, si las extendemos mecánicamente a todos sus escritos y las separamos de nuestros modelos teóricos y nuestras posiciones en el campo literario.

Así, si estamos, o creemos estar, en la posición más heterónoma del campo (la más comercial, oficial, bendecida simbólicamente por los medios productores de opinión y que obtiene más rendimiento económico de su creación) no es extraño que veamos en David González un "realista sucio".

Si, por contra, escribimos desde la más autónoma (la que busca más el reconocimiento de los pares que el beneficio económico, extraoficial en mayor o menor medida, y que apenas proporciona el suficiente capital como para dedicarse a tiempo completo) es normal que brote, por contra, un "poeta de la conciencia".

Esta autoobservación sobre la génesis de las clasificaciones, observación de segundo grado (observarnos como observadores y situarnos como objetos entre otros objetos) debería ayudarnos, a la hora de evaluar a un poeta, a disminuir los factores distorsionadores y limitar el dogmatismo de nuestras aserciones sin llegar a convertirnos en "tertulianos".

La crítica, en su sentido más amplio, navega por la falta de rigor y la palabrería. No nos podemos sustraer a su escasez epistemológica y su debilidad ética pero, al menos, podemos tener conciencia del terreno en que nos movemos y ser un poco más precavidos y menos charlatanes (quién lo diría!).

Apreciar su poesía no equivale a idolatrarla acríticamente. Tampoco a aplicarle los mecanismos taxonómicos al pie de la letra para convertirlo "en uno de los nuestros" o en "uno de los otros" y resolver rápidamente su expediente.

La poesía de David González no se deja clasificar cómodamente, ni resumir en una serie de tópicos que nos eximirían de una lectura atenta y cuidadosa de sus textos atenta a los matices, los desvíos, las sorpresas. Obviamente, no sólo la suya. Mal que me pese, tampoco la de García Montero por lo expuesto anteriormente.

Ahora bien, el relativismo "pijoprogre" que igualaría a ambos tiene un elemento de corrección fundamental que legitima mis ostensibles preferencias por David: las posiciones objetivas en el campo literario.

La de García Montero es "hegemónica" y "dominante". La de David González "marginal". Y sus producciones están marcadas por ello.

Los textos de García Montero ofrecen menos pluralidad y riqueza porque son generados desde una posición heterónoma respecto al campo del poder económico-simbólico. Un lugar que obedece, en mayor medida, a los códigos dominantes: gracias a este respeto por ellos su permanencia en el ala dominante se asegura y consolida.

Mientras, por su lejanía respecto al polo preponderante, los de David González no tendrían que cumplir con tanta exigencia los estándares que imponen las corporaciones editoriales y sus lobbys críticos. Situado en una región más subordinada del espacio literario está, en principio, en una posición más autónoma respecto a las coerciones y genera un repertorio escrito más distante de los usuales y más atractivo para aquellos que, como herederos de la tradición del formalismo ruso, gozamos de la literatura que "desautomatiza".

De ahí que, si lo considero uno de los más grandes poetas en lengua castellana actuales, no es sólo por una disposición subjetiva sino por una disposición objetivable: su posición periférica en el territorio literario le provee de una riqueza que no detentan aquellos que reinan en las grandes capitales.

5 de mayo de 2009

Nuevo libro de David González. Pathos, Ethos y violencia (I)


Hace pocos días David González anunció la próxima salida de su nuevo libro, Loser, en Bartleby. En este volumen colaboran, ilustrando sus textos, el Sr. X. (autor de la ilustración de portada), Jaime Llorente, Javier Seco, José Ramón Sánchez Casas, Ana Franco, Lola Vázquez, Juan Kalvellido, Miguel Ángel Martín, David Gemp, Esteban Gutiérrez Gómez (BACO), Antonio G. Villarán, J. Jesús Sanz, Patty de Frutos, Julio Javier Vegas Alonso, Genko, Ángeles Mendívil, Marcus Versus y Lola Lugo.
A modo de adelanto de esta propuesta, en la que su trayectoria poética y la calidad de los ilustradores insinúan un resultado brillante, David ha tenido la gentileza de enviarme este poema que la tipografía del lenguaje web -o mi conocimiento de él- no puede reproducir tal y como me lo envió:


"EXCUSA

no, yo no trabajo
en una fábrica de armas
ni levanto muros de cemento armado
o
redes de alambre de espino
no, yo no trabajo
en ese ramo de la construcción
ni soy el brazo de la ley
que trata de llegar al cuello
o
a las ropas de inmigrantes i legales
cuando tratan de pasar por encima
de esos muros y alambradas
ni tampoco soy,
en otro orden cosas,
el gancho, la porra, el rifle o el arpón
que asesinan a sangre fría
focas, ballenas o cualquier otra especie
animal que se les ponga por delante
no, yo no trabajo
en ninguna de esas historias
o
en otras por el estilo
no, lo lamento,
yo no tengo vuestra excusa:
yo no tengo
crías que alimentar"


Conocí la poesía de David González, como algunos otros, a través de la antología Feroces y, un poco más tarde, en una época en que había abandonado de puro aburrimiento la lectura de poesía española contemporánea, cayeron en mis manos con pocos días de diferencia Anda, hombre, levántate de ti y El hombre de las suelas de viento, dos textos extraordinarios. Fue entonces cuando, por un lado, comencé el camino inverso y me acerqué a sus textos anteriores y, por otro, ya siempre estuve atento a sus nuevos trabajos.

Cuento esto porque mi recepción de la poesía de David González se halla mediatizada por esta coincidencia. Lógicamente, también por el contacto epistolar-electrónico y los breves ratos que hemos compartido. Sin embargo, esto último incidió más en mi percepción de la persona y el personaje, el ser humano y la figura pública, que en la de su poesía.

De la lectura de aquellos dos volúmenes tan diferentes resultó que se hiciera firme una obviedad: las etiquetas mediante las cuales en el campo literario se intentan distribuir las posiciones y las zonas de combate son profundamente inadecuadas si se las esencializa, si las creemos a pies juntillas y las tomamos como permanentes y substantivas; si confundimos las tomas de partido inherentes a la participación en la lucha del campo con una realidad más allá de éste.

2 de mayo de 2009

Escribe Foucault...



"Entendámonos: no pretendo que el sexo no haya sido prohibido o tachado o enmascarado o ignorado desde la edad clásica; tampoco afirmo que lo haya sido desde ese momento menos que antes. No digo que la prohibición del sexo sea una engañifa, sino que lo es trocarla en el elemento fundamental y constituyente a partir del cual se podría escribir la historia de lo que ha sido dicho a propósito del sexo en la época moderna. Todos esos elementos negativos - prohibiciones, rechazos, censuras, denegaciones- - que la hipótesis represiva reagrupa en un gran mecanismo central destinado a decir no, sin duda sólo son piezas que tienen un papel local y táctico que desempeñar en una puesta en discurso, en una técnica de poder, en una voluntad de saber que están lejos de reducirse a dichos elementos."

Historia de la sexualidad. Vol. I: La voluntad de saber, trad. de Ulises Guiñazu, p19-20.