11 de enero de 2010

11 de enero de 2010


Entre la intención y la realización siempre hay un hiato irreductible. Entre el propósito y la acción una inadecuación esencial, constitutiva.

Mi tarde de lectura cartesiana duró poco más de una hora cuando estaba planeada para prolongarse durante toda la tarde. Siempre se puede adjudicar la responsabilidad a los accidentes exteriores pero éstos nunca acontecen en una pura exterioridad: están en el mismo tejido de la relación entre decisión y realización.

Sólo pude leer una parte del libro de Juan Ramón Mansilla, Fugaz, con el que empecé mi jornada ilustrada porque a las seis y media aparecieron por casa mi cuñado y su compañera para invitarnos a su sorprendente, por tardía, boda. Los esperábamos pero sin ninguna hora concertada y la visita, que debía ser de médico incluyendo la entrega de los regalos de Reyes a los niños, se prolongó más de lo exigido por el protocolo etnometodológico: los pobres están más agobiados que ilusionados ante un evento que planearon como acto íntimo y ya se ha convertido, como no podía ser de otra manera, en celebración colectiva. Y lo que debería haber sido pura exterioridad se reveló como inherente a la acción porque participé de la dramatización y contribuí a su duración...

Con todo, el empleo del tiempo en la lectura del libro de Mansilla sin poder pasar a los otros dos no fue en vano. Juan Ramón Mansilla posee esa cualidad que me hace deseable, y atractiva, una clase de poesía para la que no estoy en absoluto dotado.

En general, como con la música, rara es la creación poética que no me provoca alguna reacción positiva. Disfruto con casi toda la poesía, excepto con la excesivamente elíptica, surreal y simbólica, en una palabra, excepto con la ininteligible. También con aquella más alejada de mis registros y simpatías estéticas y éticas. Y Fugaz es una buena muestra de esa poesía atenta al ritmo y la musicalidad y cuidadosa con la forma sin perderse en la estructura y sus exigencias, que experimento como lejana pero con la que me deleito.

Para quien es incapaz de escribir con la finura y la elegancia de aquellos que dominan muchas de las herencias de la tradición siempre es un placer leer esos textos que nunca podrá escribir.