1 de mayo de 2010

1 de mayo de 2010: escribe Bertrand Russell entre el cielo y el acero...


A primera hora de la mañana la luz se ha retirado y el cielo ha caído sobre la ciudad. Con su respaldo, el acero de la grúa se imponía sobre el horizonte.

Refugiado en la cama he seguido con Bertrand Russell: una buena medicina contra los excesos de poetas y poetastros. Hace años, cuando estudiaba Filosofía, Russell me desgradaba por su falta de retórica, por su -juzgaba- escasa brillantez, por su falta de osadía y riesgo teórico. Parecía un hombre normal razonando cotidianamente que, cuando acababa su trabajo, se dedicaba a la buena vida de un burgués extraordinariamente acomodado. Puede que esto último no fuera del todo incorrecto pero no tiene porqué guardar relación con lo primero.

Cierto que a los veinte años la siguiente afirmación resulta tibia, moderada y falta de riesgo. Acomodada y burguesa, como uno pensaba entonces:

"... es posible que los deseos de los individuos o de los grupos entren en conflicto sin que ninguna de las dos partes tenga la culpa. Los conflictos del deseo son un hecho esencial e ineludible de la vida humana. Uno de los propositos fundamentales de la ley y la moralidad es mitigarlos, pero nunca pueden ser abolidos totalmente" (p63).

Pero hoy día -seguramente uno se ha acomodado y aburguesado- empieza a pensar que la falta de romanticismo de este párrafo, que acepta como inevitable el conflicto y no espera que una nueva moralidad o un nuevo derecho llegue a abolirlo, es más que un defecto, una virtud.