19 de junio de 2010

19 de junio de 2010: una noche con Robert Downey Jr.


En una noche de vigilia que ha rozado el insomnio doble ración de Robert Downey Jr. Si le sumamos la excursión de hace pocas semanas al multicine de turno para ver Iron Man 2 le da a uno la sensación de que este hombre es uno de los actores del momento y que sólo ve sus películas.

Iron Man 2 me pareció, como fiel seguidor de Marvel, una de las mejores producciones sobre los superhéroes por lo que hace a la imagen y la construcción cinematográfica de sus movimientos, gestualidades y acciones físicas. Otra cosa es el asunto argumental. Aquí, excepto el X-Men de Bryan Singer, seguimos a la altura del betún: guiones tópicos y endebles que no hacen justicia a la complejidad del multiverso Marvel donde, por supuesto, domina el maniqueísmo y la estructura narrativa trivial, pero en modo alguno lo agotan.

En el primer tercio de la noche, Sherlock Holmes. Realmente, a Downey le cuadra el papel y la película resulta una original reinterpretación del mítico detective de Conan Doyle según unos parámetros creo que nunca explorados hasta ahora. El Holmes corporal, carnal y pendenciero resulta original y arriesgado y provocaría, como siempre, una interesante discusión sobre lo que el texto permite y no permite. En este caso, construir este Holmes sólo se justificaría en un par o tres de reducidos pasajes de los cientos de páginas que Doyle escribió en las que el inquilino de Baker Street recurre a la violencia, al enfrentamiento físico. Conflicto hermenéutico servido.

Ya avanzada la madrugada una interesante pero, a mi juicio, fallida The Soloist de Joe Wright. El encuentro, real, entre el periodista Steve López del Los Angeles Times y el homeless Nathaniel Ayers, antiguo niño prodigio del violoncelo, pone los puntos sobre las íes a la mística "salvadora" del progresismo de ese subgrupo social que sería la clase de los productores culturales y mediáticos. También acepta la imposibilidad de convertir cualquier enfermedad mental en un efecto puramente cultural y, por tanto, curable mediante acciones políticas. Pero este doble logro ideológico lo consigue mediante una narración fría e innecesariamente anticlimática que dificulta la visión de la película sin suficiente justificación: si se trata de contar una historia quizás sea mejor tratar de contarla bien, eficazmente y sin complicaciones.

A las cinco a dormir. Y hoy a mal vivir.