28 de septiembre de 2010

28 de septiembre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (VI). La East Side Gallery y Hermann Hesse


25 de julio de 2010. Tercera parte.

"Al atardecer, la East Side Gallery cerca de la entrada a Kreuzberg del Oberbaumbrücke restaurado por Calatrava que dejamos a nuestra izquierda sin apenas detenernos a admirarlo. La caminata por la Warschauerstrasse y las horas anteriores nos habían fatigado mucho y además estábamos hambrientos. Tomamos la Mühlenstrasse con la esperanza de comprar algún brötchen para calmar el apetito pero antes de que encontráramos algún sitio decente ya estábamos ante el kilómetro de muro convertido en obra de arte oficial (como si el resto del muro que se conserva no lo fuera).

Los aproximadamente mil trescientos metros recogen unas cien pinturas de artistas de todo el mundo realizadas en 1990 y restauradas a partir del 2000 para recuperarlas de los daños producidos por el vandalismo y los graffitis poco académicos de los visitantes posteriores. Actualmente todo el recorrido ha sido restaurado pero gracias a Dios comienzan a haber nuevas huellas que ya empañan la obra de arte. Y uno dice "gracias a Dios" porque no tiene muy claro que esta institucionalización del arte graffitero y underground sea provechosa para él y no suponga una traición al que uno siempre ha juzgado, independientemente de su calidad o falta de ella, su ánimo contingente, contextual, situacionista.

De entre todas las pinturas, desiguales, destacables -nos parecieron- el "beso" de Brezhnev y Honecker, bien realizado y cargado de connotaciones y condensaciones, y el retrato de Sakharov. Algunos otros aceptables y más de los que uno querría de puro relleno. Con todo, el conjunto resulta curioso y, como decía, "gracias a Dios" la pintura urbana hecha museo es rápidamente convertida en palimpsesto por más pintura urbana: en una que retrata sin mucha gracia un antiguo Trabant -el coche por excelencia de la DDR- algún alumno de secundaria del IES Almatà de Balaguer dejó su huella y estropeó -o enriqueció váyase usted a saber- el "cuadro".

Con una bella noche cerrándose sobre Berlin volvimos al piso trece horas después y con las últimas fuerzas después de cenar y jugar la partida ritual de cartas comienzo a releer, treinta años despúes de la primera vez, el libro que me acercó definitivamente al placer de la lectura y la obsesión por la escritura: Pequeñas alegrías, del hoy menospreciado Hermann Hesse. Ni Cervantes, ni Unamuno, ni Balzac, ni Flaubert, que también leía por aquel entonces, hablo de mil novecientos ochenta. Fueron los relatos de Isaac Asimov y este conjunto de artículos y textos aislados escritos entre 1899 y 1960 los que me lanzaron al lago.

El primero, que da título al libro, me reafirma en la decisión de releerlo. A finales del siglo XIX, Hesse se asombraba de la velocidad que la vida contemporánea imponía a los individuos y apelaba a la moderación, la calma y el disfrute de los pequeños goces, de las pequeñas alegrías. Como si hubiera sido escrito por cualquiera de nosotros en pleno siglo XXI, en el inicio del milenio de la saturación telemática, de las conexiones ininterrumpidas, de la velocidad hecha espacio y tiempo, de la simultaneidad, del stress... Probablemente le sobren adjetivos, amaneramiento y sensibilidad estereotipada de clase acomodada de productor cultural que goza del suficiente otium cum dignitate. Probablemente. Sin embargo, soy capaz de leer en sus páginas un atisbo de intemporalidad que aquí, en la ciudad que mi imaginario ha construido como capital del mundo de la Idea, reverbera como si la historia no fuera absolutamente capaz de quebrar los lazos que unen a un homo sapiens con otro".

Hasta aquí las notas del segundo día enriquecidas con las consultas pertinentes pues ¿quién puede creerse que recordara perfectamente los nombres de los dos soldados soviéticos que izaron la bandera roja sobre el Reichstag?...