29 de septiembre de 2010

29 de septiembre de 2010: quinto aniversario de la muerte de mi padre


Hoy se cumplen cinco años de la muerte de mi padre, acontecimiento axial de la vida de uno que le condenó a casi tres años de incapacidad para escribir y, lo más importante, un par de años de dolor y duelo hasta que bajo la coacción de la terapeuta de turno hube de dejarlo ir, de separar su fantasma de mi espacio y mi tiempo nocturnos y alejar su espectro verbal, su idiolecto -o más bien sus deformaciones del lenguaje- del día a día en el que lo instalé para que, de alguna extraña forma, siguiera presente a mi lado.

Ahora, cinco años después, este post tuvo que ser anticipado el 3 de septiembre y retocado el 21 para dar la impresión de que su recuerdo, ése que dejé ir, se mantiene tan vivo como el primer día. Y, en cierto sentido así sigue siendo pero es tal el ímpetu de la vida que busca autoconservarse hasta la extenuación que a veces me olvido de él aunque no quiera.

Escribo este 21 y me anoto en la agenda que el 29 debería ir al cementerio a buscar su nicho y verle y añado el 23 que mi madre me llama para sugerirme que en lugar del 29 vayamos el 28 por lo de la huelga general. Me dan ganas de decirle que no, que tiene que ser el 29, que debe ser ese día y no otro, que la conmemoración tiene un sentido si se ajusta a lo que ella misma prescribe, pero con una cierta tristeza comprendo que -lejos definitivamente de mi vida- da lo mismo un día antes o uno después.

Y ayer fui a limpiar su nicho y a pensar en él en la ciudad de los muertos.

Siempre habrá lágrimas para ti, papa.