2 de diciembre de 2010

2 de diciembre de 2010: uno menos


Ahora que han pasado suficentes días desde la noche electoral catalana y quedan más en la distancia las emociones, pues de eso se trataba al ver el rostro descompuesto del individuo más detestado por uno y por la inmensa mayoría de mis compañeros de trabajo -los profesores y profesoras de secundaria y los maestros y maestras de primaria de Catalunya-, el rostro de Ernest Maragall, puedo sentir la alegría de ver cómo pronto de ese individuo no quedará ni rastro en nuestra memoria. Justo, además, lo que más le dolerá.

Hace años escribí un poema dedicado implícitamente a George Bush Jr. y, por extensión a Ariel Sharon y ahora que uno lo piensa, también probablemente a José María Aznar. Acababa diciendo algo así como que nada podría hacer para impedir una ofensa tal como escupir sobre su tumba. Creo que el mencionado Ernest Maragall podría ser incluido en semejante relación, ficticia y retórica, por supuesto.

En cualquier caso, escupa uno o no sobre las tumbas de todos ellos, la satisfacción de ver desfilar a Ernest Maragall fuera del Palau de la Generalitat sólo es comparable a la que uno sintió cuando Aznar perdió aquellas elecciones, cuando George Bush Jr. abandonó la Casa Blanca, o cuando Pinochet, Yeltsin o Kim Il Sung en su momento fallecieron. Y semejante a la que espera sentir cuando el señor Rodríguez Zapatero también recoja sus maletas y se vaya de La Moncloa.

Adiós, sr. Maragall. Me guardo, eso sí, una buena ración de insultos privados que empiezan en el mismo instante en que acaba este post y que, espero, sepan recorrer lo suficiente el florido vocabulario castellano almacenado durante generaciones a tal efecto. Bien, y alguno en català també.