7 de marzo de 2011

7 de marzo de 2011: Crónica intempestiva de un viaje (XXXVIII). Caídos


5 de agosto de 2010. Quinta parte.

"El silencioso parque, los pocos transeúntes y el escaso tráfico de la avenida a primera hora de una tarde que se estaba nublando rápidamente, acompañaba el ruido de nuestros pasos. Eran perfectamente perceptibles sobre el susurro de las hojas de los árboles que se estaban moviendo cada vez más intensamente con el viento que acompañaba una cercana tormenta. Pasamos bajo el arco y a un centenar de metros llegamos a una placita rodeada de sauces, plátanos y álamos. En su centro una estatua de la "Madre Rusia" no muy bella pero que, en la atmósfera del lugar, del momento y de nuestra disposición psíquica no desentonaba en absoluto: era lógica, previsible y necesaria.

Torciendo a la izquierda se abre una alameda guarneciendo un bulevar de sauces que desembocaba en dos estructuras de granito rojo (banderas soviéticas según había leído en la Wikipedia un par de días antes) que flanquean la explanada principal en la que se suceden cinco grandes bloques de césped envueltos por pequeños arbustos. En cada uno de ellos, que simbolizan las verdaderas tumbas que se extienden, ocultas e invisibles, por los laterales y el fondo del memorial, una corona de laureles. Al final de esta amplia zona se yergue la famosa estatua del soldado soviético con un niño alemán en un brazo y una espada en el otro con el que hiende y cuartea la esvástica situada a sus pies coronando una elevación que domina el lugar. También la estatua del soldado resulta previsible, marcial y de estética paramilitar pero también, de nuevo, no choca: es lógica y necesaria.

Ha caído una pequeña tormenta mientras nos encaramábamos al monumento. Como íbamos provistos de chubasqueros y no ha durado mucho nos hemos podido dedicar a contemplar la unión del cielo oscuro cielo y el repiqueteo de las gruesas gotas de lluvia sobre el mármol y el granito con el fragor de la alameda. El solitario memorial, el silencio y la quietud sólo turbada por la lluvia del mundo, esta vez sí evocaba la solemne dimensión del homenaje a los muertos en la justa guerra contra el régimen más cruel y genocida que ha conocido la historia reciente. Una evocación serena de algo inalcanzable y lejano, de uuna muerte con sentido pero inabarcable en su desmesura y que podría y debería decir mucho acerca uno no sabe si de la Humanidad o, al menos, de la civilización occidental de los dos últimos siglos.

Cuando ha comenzado a remitir hemos mirado en el interior del pedestal: algunas flores frescas, rosas rojas, y una corona, también reciente, evitan la impresión de abandono, de resto desquiciado en vías de desaparición, que el memorial del Tiergarten, en comparación, transmitía y me he sentido bien al pensar que estos hombres todavía no han caído en el olvido absoluto pese a que cerca están.

Ahora muchos recuerdan, en una mezcla entre la estúpida fascinación estética por el mal y el deseo de analizar y comprender para evitar futuros crímenes, a los verdugos, a los ejecutores nazis. Una enorme regalia bibliográfica y documental nos acerca no sólo a Hitler y sus secuaces directos sino a aquellos hombres corrientes que protagonizaron el exterminio de millones de personas. Sabemos tanto de ellos que resulta, a veces, pornográfico. De algunos de aquellos que dejaron su vida, insisto fueran conscientes o no, voluntariamente o no, desinteresadamente o no, en la lucha contra aquel Estado criminal, pocos se acuerdan hoy día: afortundamente los USA, Gran Bretaña, Francia o Israel honran a sus muertos y a los pocos que aun viven.

No sé si se debe universalizar la máxima de no honrar a los ejércitos. Dudo que sin los soldados que combatieron al nazismo la causa de la emancipación humana y la justicia social hubiera avanzado una pizca y, por contra, es probable que el sufrimiento de millones de personas habría sido, lisa y llanamente, salvaje y descomunal. Por eso, aunque uno pueda sentir rechazo al militarismo no le caben ciertas majaderías. Por eso también, uno piensa con un cierto pesar en que a los soldados del Ejército Rojo que se desangraron a lo largo y ancho de Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, Eslovaquia, Rumania, Bohemia y Moravia, Austria o Alemania, hoy no los recuerda casi nadie..."