2 de junio de 2011

2 de junio de 2011: Notas intempestivas finales de un viaje (y IV)


Gastronómicamente, el turista se arriesga en función del contexto: no tiene principios, es flexible. Cuando tiene hijos pequeños busca lo similar. Cuando no los tiene puede, en función de la edad, el cansancio, el tiempo de viaje y otros factores, buscar lo diferente. El viajero, especialmente el literario, se supone que ama los manjares distintos, que busca el alimento indígena.

Siguiendo esta norma hemos comido en Krakow en pizzerías y cervecerías: un niño de 10 años, Marc y otro de 45, Wolfgang, con el que nos encontramos, una vez más, en medio de ninguna parte conocida y tarde, imponen ciertas restricciones. Sólo un día comimos auténtica cocina polaca y bebimos vino de Armenia. Este último creo que uno lo recordará siempre. La cocina polaca ya no está tan claro.

Para todos el eje de la visita a Krakow no es esta monumental ciudad anclada en el pasado. El núcleo responde a otro nombre: "Auschwitz".

Debate sobre si Marc ha de ir o no. Finalmente decidimos que nos acompañe y que Esther siga su ritmo mientras Clàudia y yo nos entregamos al lugar. Esther, una vez más, es la damnificada.

Por una equivocación en la interpretación de la señalización acabamos en vez de en Auschwitz I, en Birkenau (Auschwitz II) que es, justo, donde quería ir uno aunque Auschwitz I sea, como museo, más completo.

Efectivamente, Elie Wiesel no pudo ver desde la rampa de Birkenau como se arrojaban bebés a una fosa en llamas. Las fosas no son visibles desde la rampa ni ahora ni en 1944. ¿Wiesel miente? No lo sé. Uno piensa más bien que "literaturiza". Hubo fosas en las que se quemaron cuerpos durante el verano de 1944, cuando los crematorios no daban abasto. Quizás se lanzaron personas vivas, incluso niños, aunque los testimonios no están en absoluto claros. Sin embargo, ese exceso de crueldad aunque fuera "literario", incluso falso, no pone ni quita, a juicio de uno, nada al hecho brutal e inconcebible del genocidio de los judíos europeos.

Auschwitz-Birkenau es, a la vez, más grande de lo que nadie pudiera imaginarse y más pequeño de lo que uno podría creer. Tan enorme que su existencia nunca pudo pasar desapercibida. Eso parece indudable, más allá de los testimonios sobre los negocios que los campesinos de los alrededores hacían, por diversos medios, con los presos del campo y gracias a los cuales muchos ganaron bastante dinero. Tan pequeño que cuesta creer que a tan pocos metros de la rampa de llegada, aunque árboles y setos ocultaran las cámaras de gas y los crematorios, los deportados ni intuyeran su suerte final.

El crimen es, siempre, enorme y nimio al tiempo."