22 de marzo de 2012

"Archipiélago Gulag"


Ahí está: encima de la mesa. Al lado de la Prosa del transiberiano de Cendrars y una antología de Gottfried Benn, el libro que juré no leer, ni mucho menos comprar, jamás: Archipiélago Gulag.

La antipatía por Solzhenitsyn le venía a uno de la infancia. De aquella vez en que apareció en Directísimo (creo) para ser entrevistado por José María Iñigo. Debía ser en 1974 o 1975, o eso pensaba, pero la Comunidad señala que fue el 20 de marzo de 1976. No me cayó bien. A mi padre tampoco. Mi madre no opinó.

Años después supe que era un feroz anticomunista, un reaccionario cristiano y, por ende, un mentiroso, calumniador y difamador al servicio del imperalismo norteamericano. Todo ello a su debido tiempo. Lo último cuando trabajaba en la órbita del PCC (sucursal catalana del Partido Comunista de los Pueblos de España). Y con eso me quedé.

Con los años, la distancia respecto al marxismo "oficial" (versión eurocomunista o versión soviética) y el acercamiento al postestructuralismo abrieron una brecha por la que podría haberse colado pero entraron otros. Poco a poco vi las otras caras de la República de los Proletarios pero siempre desde una mirada teórica.

No sería hasta la lectura de Koba el temible. La risa y los 20 millones de Martin Amis, que la equiparación crimimnalmente fáctica - que no moral - entre comunismo y nacionalsocialismo se abrió paso y, sobre todo, que la experiencia de las masacres de la época estalinista llegaron a ser algo más que un lugar común de la exposición histórica del siglo XX que uno se había construido.

Luego llegaron Trotski y el Krondtsadt y las dudas sobre Lenin y hace ya algunos años que decidí leer la obra de Solzhenytsin. Pero no fue hasta el viernes que conseguí vencer las excusas de mal pagador (que si no consumir, comprarlo de segunda mano...). Ahora espero el gesto seguro de su efecto. Años después y, sin pretenderlo, este libro se ríe de uno.

¡Cómo se puede llegar a ser tan estrecho de mente!