26 de octubre de 2012

¿Desaparecerá la religiosa fe acrítica de los pedagogos en las nuevas tecnologías?


Pues eso. ¿Y cuándo? Gregorio Luri cree que la fe en las bondades intrínsecas de las nuevas tecnologías por parte de muchos pedagogos y docentes (progresistas y neoliberales, añade uno) está en declive. Tal vez. Pero hasta que la pedagogía hegemónica y el modelo de docente acrítico y gregario que se cultiva en las facultades de magisterio dejen de ejercer su influencia asfixiante seguiremos perdidos en ese galimatías que es la enseñanza hoy día.

Pongo un ejemplo simple. La escuela a la que acude Marc decidió subirse al carro del programa "1X1" impulsado por el nefasto conseller Ernest Maragall, el peor que uno ha padecido como docente y el más incompetente probablemente porque, como se rumorea, nunca ha tenido una titulación universitaria en regla. El invento fue jaleado por insignes ingenieros de la gaseosa como el consabido César Coll, de cuya contribución a los desvaríos más terribles de la LOGSE guardamos memoria por estas tierras y que ahora ha encontrado en las TIC el nuevo vehículo para seguir evangelizándonos. Este programa de "alfabetización digital", "desarrollo de las competencias tecnológicas" y "aprendizaje cooperativo" giraba en torno a un principio aparentemente trivial e inofensivo: cada alumno debía poseer un portátil en el aula.

En torno a este sencillo eje se articulaban los distintos módulos verborreicos del programa: desde el fin de la clase magistral a la construcción del aprendizaje por el alumno mismo, etc. Muchos, desde nuestro sindicato especialmente, advertimos de los riesgos de la aplicación atolondrada del programa y de esa especie de idolatría de la tecnología a la que se han aficionado los popes de esa Pedagogía que, repite uno, como ciencia está muy por debajo de la Gastronomía y muy cerca del Fantasy Football.

Afortunadamente, la crisis se ha cargado la extensión del experimento. No obstante, en la mayoría de centros en los que llegó a ponerse en marcha el gasto invertido ha obligado a proseguirlo como se pueda. Es el caso del colegio de Marc. Bien.

¿Qué ocurre en el día a día real en las aulas? Pues que los críos llegan a pasarse sesiones de cincuenta minutos consecutivas en un aula pequeña, delante de una pantalla de 13 o 14 pulgadas y sin iluminación adecuada (y hablamos de una escuela privada-concertada (!). Hay pocas y breves pausas y sólo una más grande de media hora de patio. Eso cada día de 8:30 a 13:30 y de 15:00 a 17:30. Las irritaciones oculares, la fatiga y los dolores de cabeza empezaron pronto. Lo peor es que, además, para poder estudiar pues, tristemente, para aprender y comprender hay que estudiar y a veces hasta que memorizar, los fines de semana Marc se ve obligado a pasarse más horas delante del ínfimo portátil o del ordenador de sobremesa: como si fuera un informático profesional.

La solución para que tenga menos molestias físicas y le sea más fácil estudiar (todos sabemos lo engorroso que es leer en una pantalla de ordenador) ha sido pasarse el fin de semana imprimiéndole los libros de texto digitales en papel.

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