19 de octubre de 2012

"La fuerza del destino"


Ayer, noche de ópera seguida por un corto y agradable paseo por la ciudad bajo un húmedo y caluroso viento de levante después de unos días de temperaturas a la baja y vientos secos.

En el Liceo le tocó el turno a La forza del destino de Verdi, una de las obras mayores del compositor. Y, como otras veces a propósito del italiano, un juicio ambivalente (profano, por supuesto) a la salida: tres horas de riqueza de timbres, brillantes coros y arias hermosas, de variedad musical y temática pero también tres horas de una heterogeneidad excesiva a momentos. Da la impresión de que la mezcla de motivos y ritmos dramáticos, humorísticos, religiosos, o militares y patrióticos obedezca más al azar que a una lógica coherente. Por ello la visión de conjunto se resiente más de lo deseable y se ve afectada demasiado por variables como el estado de ánimo o la concentración del receptor que, aunque siempre intervienen en la contemplación y el disfrute de la obra musical - y de cualquier obra de arte -, en el caso de otros autores quedan tan fuertemente maniatadas por la consistencia interna y la trabazón de los elementos que su influencia se reduce considerablemente.

Las sopranos, bastante exigidas, a uno le parecieron flojas por demasiado chillonas. Excelentes, por contra, los tenores y barítonos.

El conjunto, con todo, resultó un bálsamo reparador que casi borró la huella fangosa que las recientes declaraciones de Felip Puig, que se encabalgan con las anteriores de Vidal-Quadras, tan amantes ellos del uso personal de las policías y de los escenarios de confrontación, habían dejado.