3 de febrero de 2014

"Otro" viaje a Italia (I): siempre a la sombra de Goethe


En julio de 2012, ya ha pasado suficiente tiempo como para que sea hasta demasiada "intempestiva" esta crónica, emprendimos un viaje a Italia. "Otro" de tantos. El segundo para Cláudia y para uno, el primero para Esther y Marc pero, en realidad, el enésimo incontable de tantos: "otro" en una larga lista pues el viaje a Italia, desde Goethe y la literatura burguesa del XVIII y el XIX, es el viaje de formación por antonomasia.

Hay, de hecho, un cierto género del "Viaje a Italia" como viaje formativo propio de la literatura europea que, en líneas generales, apenas se aparta de las establecidas por Goethe en la narración de su viaje y que respetan, por ejemplo, Shelley, Keats, Forster o Hesse. Incluso Dickens, que en sus Estampas de Italia parece alejarse de este modelo, no puede dejar de rendirle tributo aunque sólo sea mediante su negación.

Por un lado, el viaje italiano goethiano sirve para sentar las bases de una cierta conciencia epistemológica. A través del reconocimiento de que lo aprendido es encontrado tal y como se transmitió, el conjunto de referencias culturales heredadas como pertenecientes a una tradición que formula unos determinados marcos de comprensión de la realidad se muestra como real, como válido, como empíricamente consistente y ayuda a fundamentar una confianza razonable en la comunidad de conocimiento levantada durante generaciones y traspasada a los nuevos miembros.

Por otro, también albira un salto en la conciencia estética a partir de una aparente contemplación "inmediata" de las obras de arte que, al situar al viajero en cuanto espectador más allá, y más acá, de su reproducción en libros o copias, es susceptible de suministrarle un indiscutible "plus" mediante el cual refinar su juicio de gusto.

Asimismo, la conciencia temporal e histórica, encuentra en el viaje a Italia una ocasión ejemplar para consolidarse: el juego de continuidades y discontinuidades entre la antigüedad romana y el momento de la contemporaneidad del viajero le permite adquirir un repertorio de matices que pueden ir desde el relativismo más radical al universalismo más compacto y, consecuentemente, fortalecerla.

Por último, la conciencia moral da un nuevo salto a partir de la mirada "antropológica" sincrónica. De la observación de los tipos, costumbres y formas de vida de los habitantes de la Italia contemporánea extrae el viajero la oportunidad de evaluar, en su complejidad, el juego de una "naturaleza humana" que puede ser negada, afirmada o quedar en suspenso con sus inevitables implicaciones morales.

Al menos estas cuatro estructuras de la conciencia que se ensamblan en el Viaje a Italia de Goethe y, por extensión, forman parte de la mayor parte del género del viaje formativo que la tiene por destino, estaban ya por detrás de nosotros antes de partir, dirigiendo de alguna forma el viaje. Por eso, en realidad, nuestro viaje a Italia no era mucho más que "otro" viaje a Italia.