9 de marzo de 2014

"Otro" viaje a Italia (IV): la Torre Inclinada



17 de julio de 2012. Segunda parte.

No fuimos, con todo, capaces de pagar la rigurosa entrada para subir a la Torre Inclinada y padecer el vértigo por nosotros mismos. Demasiada gente como para combinar agorafobia y miedo a las alturas que, en proporciones moderadas, sufrimos en alguna medida todos menos Clàudia. Nos contentamos con pasear por la plaza y contemplar el efecto de la blancura de las construcciones contra el cielo azul de julio y, en el caso de uno, imaginando cómo debía ser verla en el siglo XIX.

Por unos segundos se produjo un vacío en la aglomeración que casi nos proporcionó una vista completa del Duomo libre del gran hormiguero turístico. Quizás como debieron contemplarlo aquellos ilustrados que, en tiempos de Goethe, consideraban Italia como la "nueva Jerusalén" (Viaje a Italia, trad. de Fanny G. Garrido, p462). "Casi" porque fue más un deseo que una percepción real. Fueron unos instantes breves e insuficientes para recuperar el mito del monumento emancipado del turismo masivo pero sucedió: de repente ante los ojos de uno apareció algo así como la quintaesencia del turista y viajero burgués que en el Viaje... del poeta alemán se retrata ejemplarmente en Verona cuando camina en la más completa soledad por el borde superior del anfiteatro de la ciudad.

No obstante, si uno lee atentamente el relato de Goethe puede constatar que este ideal de la observación solitaria y única, de la "primera y solitaria visión", no ha dejado de estar siempre amenazado incluso en la época de su acontecer. Así, como él mismo indica, unas jornadas más tarde de su paso por Verona, ya en Roma, "la multitud, en efecto, apenas dejaba reparar en las piedras de la arquitectura" (p158) de la iglesia de Santa Cecilia. Cierto que se oficiaba un acto religioso pero incluso en el momento de la institución del ideal la relación inmediata e inyectiva entre el viajero y su objeto, la sombra de la interposición de los otros ya aparece.

En cualquier caso, la añoranza del "viaje burgués" no debería hacerle olvidar a uno que, muy probablemente, de haber vivido en aquella época más bien hubiera sido un palafrenero que un viajero y que poco hubiera visto más que rocines, posadas y polvorientos senderos cargado hasta los topes.