17 de abril de 2014

Crónica de la Nueva Edad (17/04/2014)


David es uno de esos ciudadanos del estado español con una especial sensibilidad hacia Catalunya. Es, además, poeta y músico y una persona reflexiva. La combinación de estos factores no puede por menos que generar un ánimo inquieto y preocupado ante el "problema catalán" que busca soluciones que eviten lo que, lamentablemente, uno considera la hipótesis más probable: el enfrentamiento violento. El otro día me escribía preguntando, en realidad creo que más bien preguntándose, "si el proceso por la secesión no se podría simplificar algo con un poco de sentido común". Su propuesta era clara y sencilla:

a) un referéndum en Catalunya para saber qué quiere la mayoría de los ciudadanos catalanes;
b) una segunda consulta en España para conocer la opinión de los ciudadanos españoles en el caso de que la mayoría a favor de la independencia fuera clara; y
c) tomar las decisiones que correspondan a partir de los resultados.

Coincide con algunas opiniones que han aparecido por este cuaderno tanto de ciudadanos catalanes como españoles. Incluso con la de algunos secesionistas razonables y algún unionista o españolista sensato. El problema para una solución de "sentido común" es que temo que el nacionalismo sea incompatible con él. Para no hablar de su peor versión ese patriotismo que, probablemente, como decía Samuel Johnson, sea "el último refugio del canalla".

El "amor a la tierra" es una idea que a uno ya le parece de por sí discutible cuanto menos a los ojos de ese sentido común. Se puede amar a las personas. A algunos animales de compañía tal vez pero poco más. Amar la tierra es tan absurdo (o lógico) como amar la batidora, el alcantarillado o los asteroides. Pero es que, además, el paso de ese supuesto "cariño" hacia la tierra (¿hacia qué tierra? ¿la cultivada, la no cultivada? ¿la caliza, la arenosa? ¿cualquier tierra que esté dentro de Catalunya o España? ¿o se trata del paisaje? y entonces, ¿de cualquier paisaje, por ejemplo la depuradora de aguas de Sant Adrià y el barrio de "La Mina", o sólo de uno "natural" como el Canigó o los Pirineos? En fin...) al nacionalismo ya es un paso problemático según el más elemental de los comunes sentidos: pasar de amar algo físico a algo metafísico es, cuanto menos, un salto para el cual el sentido común alberga normalmente una cierta reluctancia. Y si encima introducimos la axiología de la derivación patriótica entonces el sentido común simplemente estalla. Este resquebrajamiento puede observarse si se recuerda el dicho castellano "en todos sitios cuecen habas" o, más sofisticadamente, si se atiende a que la frase que se convierte en estandarte del sentimiento patriótico, "mi patria, con razón o sin ella", suspende de manera clara y distinta la racionalidad en cualquiera de sus variantes.

Si a este incompatibilidad "metafísica" añadimos que las élites políticas españolas y catalanas están objetivamente de acuerdo en tensar la situación y engañar todo lo posible a sus ciudadanos, el escenario "fáctico" deja poca salida para el sentido común. Una última muestra de este ánimo mentiroso y fraudulento. El Consell assessor per a la transició nacional de la Generalitat emitía hace pocos días un informe en el que apostaba por la entrada inmediata de la Catalunya independiente en la UE por razones de lógica y pragmatismo político y económico, dado el vacío jurídico que existe respecto a la posible secesión de un territorio de un país miembro. Al poco, un portavoz de la UE respondía que, en principio, a falta de un pronunciamiento de los órganos de gobierno de la Comunidad que debe ser solicitado por un país miembro, Catalunya debería seguir el camino que cualquier otro país que no formara parte de ella. Al día siguiente, el portavoz de la Generalitat que cuarenta y ocho horas antes había saludado con entusiasmo el informe se limitaba a considerar la respuesta del portavoz como "una opinión". Fantástico. Y finalizaba diciendo que Catalunya no iba a instar a España a que pidiera el dictamen de las instituciones europeas y que los ciudadanos deberían ir a votar con la "información de que dispongan". Mayor cinismo, difícil. Pero es que, al otro lado, a los políticos españoles que airean las terribles consecuencias que tendría para la economía catalana la expulsión de la UE tampoco se les ocurre pedir ese dictamen. Si tan seguros están de sus tesis, ¿por qué no lo demandan?

Lo cierto es que ni a unos ni a otros les interesa un país de ciudadanos informados. Las élites políticas de ambos lados del Ebro prefieren súbditos. Y una gran parte de los habitantes de ambos territorios, asimismo, ya están satisfechos con esta condición que retroalimenta su pereza intelectual: ser ciudadano exige dar un tiempo al pensamiento y eso no sobra por estos pagos. Luego, eso sí, esos mismos que ahora gritan y jalean sus banderas, no admitirán su cuota de responsabilidad y señalarán culpables por doquier si el desastre se desencadena y les sacude. De eso no hay que dudar demasiado.

Concluyendo. La historia de los siglos XIX y XX nos ha mostrado sobradamente que el nacionalismo ha estado detrás de los grandes conflictos que han masacrado a millones de seres humanos. Sea como cortina de humo, agente provocador o causa eficiente, sin su concurso esas guerras podrían o no haber tenido lugar o causar una mortandad y un sufrimiento menor. No se puede decir, por tanto, que haya contribuido en mucho a la causa general de la emancipación de los seres humanos aunque tal vez sí de algunos (piensa uno en las luchas contra el colonialismo). Ahora bien, lo que sí parece indudable es que del patriotismo sí puede afirmarse, rotundamente, que lejos de contribuir a la causa general de la emancipación de los seres humanos es uno de sus más fervientes enemigos. Así pues, poco cabe esperar: me temo, David, que una solución de "sentido común" será, justo, lo que no acontecerá.