5 de abril de 2014

Crónica de la Nueva Edad (05/04/2014)


Han tenido que pasar unos cuantos días y un fin de semana de nuevo en Madrid para que el empeño de esta crónica, que hace de la mayor equidistancia posible su "bandera", pueda ser retomado.

La semana pasada uno intentó, hasta en tres ocasiones, proseguir. Se trataba de hablar sobre el comportamiento de nuestro president, tan distinto del de Jordi Pujol o Miquel Roca durante las honras fúnebres por Adolfo Suárez; sobre la falta de sentido de "estado" y el aprecio por la República Bananera y el Cortijo (o l'"Auca del senyor Esteve" y la "botiga de vetes i fils") de personajes como la consellera d'Ensenyament o la plana mayor parlamentaria de ERC; sobre la tozudez del gobierno español al negarse a poner sobre la mesa siquiera no ya una reforma constitucional sino una interpretación generosa que quitara material inflamable a los extremistas de ambos bandos; sobre Manos Limpias y la ANC; o sobre la polarización de la vida social y política en Catalunya que se está filtrando en los núcleos familiares hasta el punto de empezar a constituir un tema "tabú". Sin embargo, siempre, de refilón alguna vez, crudamente en otras, el tono se escoraba hacia la identificación entre secesionismo y etnicismo. El fruto de la rabia y el malhumor al ser considerado un "colono" por algunos a los que uno incluso ha llegado a considerar amigos no dejaba espacio para matenerse en ese modesto equilibrio en el que intenta permanecer.

En Madrid, con motivo de una reunión sindical, en la cena posterior al acto del viernes, me apercibí, gracias a Alberto, que no pierde su perspicacia ni en el barullo de un restaurante entre tapa y copa, de que "el tema" era constante referencia de mis reflexiones, casi obsesiva, y en menor medida también de las de mis compañeros catalanes, como si fuera el más relevante de los problemas que aquejan a los ciudadanos que tienen el pasaporte español, al estilo del famoso "Delenda Carthago est" (o el más probable "Ceterum censeo Carthaginem esse delendam") con el que Catilina cerraba sus intervenciones en el Senado durante las Guerras Púnicas. Al hilo de la apreciación de Alberto hice un rápido repaso de algunas de mis observaciones poco edificantes y descubrí que, ante la comprensión de mis demás compañeros de mesa hacia lo que sucede en Catalunya, estaba reaccionando haciendo el juego, objetivamente, a los intereses del nacionalismo español: sólo ofrecí una visión parcial, sesgada, vitriólica y ofensiva, del etnicismo, de los "camisas negras" que pueblan el bando secesionista, pero ignoré por completo a todos aquellos que, siendo partidarios de la independencia de Catalunya, abogan por soluciones dialogadas, razonables y de todo menos racistas. Un comentario de H. acerca de la perplejidad de su hijo cuando se acercó  a Barcelona la semana del 11 de septiembre de hace dos años, el momento en el que se produjo el punto de inflexión que ha desembocado en la situación actual, acabó de ponerme en mi sitio. Cuando llegó en vísperas de la Diada, por motivos de trabajo, ante la profusión de banderas que engalaban el centro de Barcelona, no se le ocurrió otra cosa que preguntar a los representantes de la empresa con la que estaban en tratos a qué obedecían "tantas banderas del Capitán América en los balcones", lo cual según parece sólo ocasionó perplejidad e hilaridad a partes iguales de las cuales nosotros ya retuvimos tan sólo la risa. El resto de la noche, que acabó pronto por la fatiga del viaje y la reunión que nos esperaba al día siguiente, mis comentarios pudieron desperdigarse hacia otros asuntos igualmente interesantes que encontraron en Manuel, un cántabro en la corte del rey Ordoño, un inesperado interlocutor: poder hablar del baloncesto universitario estadounidense, de las queridas UCLA, Notre Dame o Kentucky o de la detestada Duke, de la March Madness (por cierto, la Final Four con Florida, Connecticut, Wisconsin y Kentucky se juega este fin de semana), de los Portland Trail Blazers o de Michael Jordan con él fue una nueva bocanada de aire fresco de esas que uno necesita tan a menudo últimamente.

Sin embargo, al día siguiente en la comida informal que siguió a la sesión de trabajo "el tema" volvió a salir y en esta ocasión de un modo diferente. Alguien comentó la dificultad insalvable que suponía realizar un referéndum a nivel nacional por el callejón sin salida que podría suponer no la paradoja de que España votara a favor de la independencia de Catalunya y en Catalunya triunfara el "no" sino por el escenario más previsible del "sí" en Catalunya y el "no" en España. Uno de los comensales abogaba por la suspensión de la autonomía catalana y uno se tuvo que ver defendiendo el "derecho de los que se creen un pueblo" a creerlo y a reclamar respeto por la democracia a pesar de todo. No fue agradable y aunque al final la sangre no llegó al río, la facilidad de la asimilación nacionalismo (catalán por supuesto)-nazismo que flotó en la discusión en algunos instantes me pareció tan grosera, tan al estilo Rosa Díez, que uno hubo de conceder a los secesionistas no etnicistas de Catalunya que el nacionalismo español más montaraz (no creo que pueda calificársele como etnicista lo cual no lo hace en absoluto preferible, dicho sea de paso) aspira, lisa y llanamente, a la supresión de "la identidad catalana" por mucho que este concepto me produzca escalofríos. En fin.

Hay que seguir en la difícil e ingrata empresa de denunciar críticamente a los etnicistas, de combatirlos con las armas de la palabra y el sentido común, pero sin dejar de hacer lo propio con las diversas apariencias del patriotismo español.