20 de junio de 2014

Crónica de la Nueva Edad (20/06/2014)


La conjunción de estupidez, intolerancia e ignorancia ¿le obligará a uno a exiliarse no sólo interiormente sino también físicamente? Y si finalmente, así sucediera, ¿a dónde podría ir? Ayer, ignorancia, intolerancia y estupidez convergieron entre las tres y las cinco del mediodía y pintaron un óleo estremecedor del futuro próximo: casi apocalíptico. Los estertores de la relación de uno con su mundo hace tiempo que declinaron: ahora está ante su agonía con el agravante que no parece haber lugar alguno capaz de alojarle.

A las cuatro, Marc participaba en la tradicional - y generalmente insoportable - celebración de final de curso de su escuela. Lejos quedan aquellas representaciones de clásicos, los conciertos de violín o incluso piano o los recitales de poesía o guitarra, incluso los grupos de rock del barrio mostrando sus composiciones que caracterizaban en los cochenta y noventa estas fiestas. Como habíamos acabado de comer tarde, nos sentamos en el sofá a ver la televisión durante los veinte minutos que nos quedaban hasta encaminarnos a la sala donde tendría lugar el espectáculo. No recordaba que se coronaba a Felipe VI y, como resultado de esa imperdonable falta de atención, caímos en una catarata insoportable e indistinguible de estupideces que, cadena tras cadena, se repetían hasta la saciedad y que, de tan inconcebiblemente absurdas, acabaron enaganchándole a uno. Perplejo ante tanta estulticia y propaganda acabé sintiéndome legítimamente republicano por higiene estética. Fue penoso.

Apenas recuperados de semejante espectáculo nos preparamos para el segundo. Íbamos prevenidos contra la supina ignorancia de los padres (la inmensa mayoría de ellos criados por la LOGSE y, por tanto, por decirlo suavemente, en general caracterizados por una notable debilidad intelectual) pero no para su exacerbación. En esta ocasión, no hubo medida. La educación y el equilibrio que distinguían los recuerdos de las fiestas del pasado de uno o, sin ir más lejos, las de la infancia de Clàudia, hace tiempo que dieron paso a la desmesura y la falta de respeto pero este año se superaron. Gritos desbocados, movimientos continuos, ruidos y, sobre todo, la acentuación de esa conducta tan propia de los padres de hoy día que consiste en suministrar refuerzos positivos exagerados a sus hijos por muy mal que lo hagan (ovación cuando el hijo sale a escena y cuando acaba su frase, la diga como la diga) e ignorar a los hijos de los demás a no ser que sean los de lus amigos cercanos (gritos y jaleo cuando el hijo propio sale de escena y otra nueva se representa con otros protagonistas cuyos padres comienzan a chistar con fuerza para poder escuchar a sus maravillosos hijos y ovacionarles a su vez en cuanto acaben). Fue lamentable.

Pero lo peor fue el añadido de la intolerancia. El director de la escuela empezó con un "Los de allá nos han organizado una coronación pero los verdaderos reyes y reinas están hoy aquí", por supuesto en catalán, que provocó una cerrada ovación en un público adoctrinado y que ama la mezcla de churras con merinas. No venía a cuento pero en esta sociedad catalana efervescente nadie alzará la voz contra un comentario tan partidista que un director de escuela debería reservarse para el bar, el pasillo o el despacho. Mas después la cosa empeoró sensiblemente. El argumento, por llamarlo de alguna manera, que tramaba la disparatada secuencia de bailes y versiones edulcoradas de canciones de moda, era la importancia de los valores (¡como siempre!). Concretamente de tres: la empatía (que ahora resulta que es un valor), el respeto y la diversidad. Pues bien, al empezar la sección dedicada al respeto, el guionista, un profesor adicto también al nuevo régimen, concluía el diálogo con un "¡periquitos o culés, els catalanas sempre els primers!" también jaleado con entusiasmo por la audiencia. Nada mejor para ilustrar el "respeto" que la versión catalana del Deutschland über alles. No creo que nadie apreciara la aberración. Fue deplorable.

Como los hijos de la LOGSE están por doquier y españoles y catalanes parecen empeñados en ofrecer su peor versión de sí mismos, es decir, ser únicamente eso - españoles o catalanes - como esencia del ser uno mismo, ¿qué le quedará a uno, que no es precisamente Thomas Mann, aparte de cualquier variante del Gulag o del Lager?