12 de noviembre de 2014

Crónica de la Nueva Edad (12/11/2014)


Por mor de la brevedad y de la construcción de esta pieza textual daremos por verosímiles las cifras ofrecidas por la Generalitat sobre participación y votos en la costillada del domingo aunque uno mantenga sus suspicacias intactas independientemente de lo que hayan mostrado unos cuantos videos que las televisiones españolas se han afanado a mostrar: la sospecha es anterior y no tiene que ver con ellas. Tampoco tomaremos en cuenta al señor Rivera que desearía prohibirnos hablar de la consulta, como si no hubiera tenido lugar, porque según él al hacerlo ya le estamos dando validez. Le guste o no, sucedió y, dentro de sus límites, hay que tomarlo como una jornada reivindicativa y cuyo carácter simbólico no se agota en sí mismo: el teatro, si es vivido como realidad, tiene consecuencias muy pero que muy empíricas.

Ahora los corifeos gubernamentales simulan un entusiasmo un poco forzado: dicen que se han visto "soprendidos" por el alud de votantes. Francamente, si uno no se alejó demasiado en su pronóstico - y no tiene ningún gabinete sociológico como lo tienen los grandes partidos soberanistas -, decir que "no se lo esperaban" es ridículo, falso o hipócrita y cobra su significado más propio en la generación de retórica adulatoria y jaculatoria alrededor del president (¿rais, conducator, Mesias? por no emplear otras expresiones que herirían susceptibilidades) Mas. Ya se sabe que el efecto de repetir una mentira muchas veces es, como señalaba el astuto Goebbels, que deviene verdad y, así, un indiscutible pero previsible acto de masas se ha transformado en acontecimiento exitoso por lo sorprendente. O tempora o mores...

El caso es que, vamos a creerlo a pies juntillas, de los más o menos 2,300,000 "votantes" el 80%, 1,800,000 lo hicieron a favor de la independencia de Catalunya. No es una cifra desdeñable pero tampoco debe magnificarse: es, voto más voto menos, el techo secesionista desde hace un par de años. En unas condiciones idóneas, con una movilización masiva, una propaganda agotadora, una presión social enorme (sobre la que habrá que hablar en otro momento) y la ayuda del torpe gobierno del estado español, siguieron por debajo de un hipotético 50% de la población votante. La costillada sirvió para ratificar que hay, al menos, dos grandes bloques que, siendo generosos con los secesionistas, se reparten al 50% el electorado potencial y esto empieza a ser evidente y los partidarios de la independencia no deberían ni negarlo ni tampoco pasar de puntillas por ello. Con estos mimbres no está tan claro que haya sido un triunfo secesionista o que la mayoría de la población catalana abrace la causa. Es más, la mitad de los catalanes - tirando corto - siente, en diferentes grados, desafección hacia el "nuevo estado" y eso deberían tenerlo en cuenta. En su mano está que esta desafección no se troque en hostilidad pero de momento, como cualquier gobierno español que se precie, no parecen reparar en ese nimio detalle. Como tampoco reparaban, aunque el otro día, por fin, el portavoz Homs lo admitió, que la falta de respaldo internacional (el último en dar su apoyo al gobierno español ha sido el premier Cameron al que tanto se alaba por aquí) complica bastante el éxito iinmediato de su empresa.

De momento no parecen preocupados por esos dos "aspectos" del proceso. Disfrutan de lo que han reescrito como triunfo y muestra de desobediencia, como mi losantosiano y entrañable Vicent Partal no cesa de reiterar: "Ahir el món va veure Espanya com un estat fallit. Els estats fallits són aquells que no funcionen. Perquè no són capaços de regular amb eficàcia la vida en els territoris propis. Ahir Espanya no hi pintava res, a Catalunya: tan senzill, i tan enorme, com això. I a l'ensems el món va veure els catalans com una gent organitzada, capaç de bastir un estat, que això era el 9-N, de vuit al matí a dotze de la nit. I capaç de fer-lo funcionar amb rigor i serietat, com un rellotge". En su descargo, que no lo necesita, se le ha de conceder que en este aspecto tiene más bien razón.

Y junto a él, tampoco la progresía española - que lanza sus cantos de sirena al secesionismo (como el inefable Ramoncín en aquel concierto secesionista en el que fue abucheado) sin apercibirse de que su paternalismo no es bien recibido por estos pagos y su aparente "comprensión del hecho diferencial" menos todavía -, parece tomar en consideración a los al menos dos millones de unionistas o, simplemente, no-secesionistas que hay por estas tierras. Sólo retienen la primera parte de la ecuación, más sugestiva, por supuesto. Parecen, como en su momento en el caso vasco, embrujados por esos dos millones de secesionistas. Sin embargo, al olvidar a la otra parte, la están entregando en bandeja a los salvapatrias, populistas o conservadores de diferente calaña que poco harán en favor de una solución pacífica, racional y dialogada de la situación actual. Tiempo al tiempo...

Por último. Leo que Antonio Turiel, del que admiro la agudeza de sus análisis sobre economía y energía aunque discrepe de sus juicios políticos en algunos momentos, votó NO-SI, como algunos de mis amigos pretendían hacer. Visto con un poco de distancia, todavía seguramente insuficiente, el NO-SI le parece a uno más bien un voto snob, de intelectual, una boutade muy del gusto de cierta tradición de la izquierda española que se engarza con el atractivo del antiespañolismo primario al que resulta, como en su momento al antiamericanismo o al antisionismo primarios, muy difícil resistirse: lo dice uno por experiencia propia. También consideré esa posibilidad. Es más, era la opción estéticamente más atractiva y consistente con ese antiespañolismo primario del que no puedo, ni sé si quiero, desprenderme. No obstante, como toda estética "es" una ética, el día 9 pensé que semejante opción obvia un hecho capital: la rendición del criterio propio ante la utilización política. Hacer lo correcto individualmente no puede ser desligado de las posibles implicaciones de la acción por muy leve que sea, como mostró Derrida (especialmente en Signature, événement, contexte) y lo que singularmente parece correcto puede no serlo en función del contexto de uso. La democracia no se agota en el ejercicio de depósito de papeletas y la resistencia al totalitarismo argüida quizás requiera más el coraje cívico de inhibirse y mantener la distancia respecto a todo aquello que pueda servir, ya no a los movimientos totalitarios sino a la pulsión totalitaria de ciertos grupos, que aceptar el dominio de realidad construido por ellos. Ejemplos históricos ha habido tantos que no hace falta relatarlos.

Nota: Con todo, que los secesionistas no sean mayoritarios desde el punto de vista explicado en estas líneas no implica, en absoluto, que no puedan conseguir sus propósitos. Los bolcheviques nunca fueron mayoritarios y el SED de la DDR no pasaba de representar los intereses de un 20-25% de la población germano oriental e impusieron sus tesis. Y para que no se infiera que uno considera totalitario al secesionismo, podemos recordar los "neocon" republicanos estadounidenses: estos sí que apenas cabían en un taxi y han marcado la agenda planetaria en las dos últimas décadas.