2 de diciembre de 2014

Crónica de la Nueva Edad (02/12/2014)

 

Si uno observa con la mayor distancia posible, desapasionadamente, el proceso secesionista desde el corazón del barrio de Gràcia la conclusión parece clara: más pronto que tarde Catalunya será un país independiente. No es, desde luego, una conclusión inductiva apoyada científicamente. Es sólo una sensación. Algo en el ambiente que se percibe, casi diría se siente  - incluso "se toca" -, en las formas, las conversaciones, el idioma y sus usos, los anuncios, los rótulos, los actos públicos o los símbolos y también en las personas, en la fuerza de su convicción nacionalista y patriótica, tan poderosa como la que evocábamos en los ochenta para hablar del irreductible Gohierri vasco o del condado de Armagh irlandés. Es un juicio literario sí pero puede apoyarse en un hecho aparte de las percepciones del que escribe: en el masivo voto secesionista del barrio. No es algo que a uno le entusiasme pero tampoco le deprime ni le asusta: está ahí, parece normal, inevitable y "comme il faut" y dado que no se trata, en sentido estricto, de un pueblo, parece que la versión más tolerante y menos etnicista del secesionismo que domina en él, al menos públicamente, sería la triunfante en la futura Catalunya. Se espanta uno después, con el servilismo partidista de los medios, con las políticas culturales y sociales del Govern catalán y, especialmente, con las noticias que llegan desde los núcleos de población ajenos al área metropolitana.

El problema de esta evidencia desdramatizadora que a uno le acompaña desde hace semanas es que esta semana acudí al barrio del Carmel para comprar, con Marc, algunos aditamentos para la temporada de futbol americano y allí la percepción de otra Catalunya, de otro país diferente, anclado en el tiempo, es decir, no dirigido ineludiblemente hacia una nueva época y un "nuevo" (sic) país, te inunda con rapidez. No es sólo que no se oiga a casi nadie hablar catalán, o que haya pocas banderas o pocas pintadas: es que uno tiene la nítida e indudable impresión de pasear por una de tantas calles de cualquier ciudad española... Insólito.

A la luz de la coexistencia de estas dos "realidades", quizás la esperanza de algunos "expertos" españoles en que el proceso secesionista derive en un enfrentamiento entre catalanes, como en su momento sucedió en Euskadi, y sea fácilmente manipulable no carezca del todo de fundamento. Hay estados de cosas que lo harían posible. Ahora bien, que esta lucha interna llegue a darse creo que dependerá de que la hegemonía del movimiento secesionista deje de estar en manos del ala menos etnicista y más pragmática (aunque sé que muchos de mis amigos creen que todos los secesionistas son etnicistas y xenófobos todavía uno se resiste a no pensar que se trata de una generalización visceral y simplista). Sólo su radicalización, siempre en ciernes, depararía ese escenario.

Evidentemente, otra cosa es qué pasará cuando Catalunya sea independiente y en eso no se debe ser demasiado optimista...