7 de mayo de 2015

Crónica de la Nueva Edad (07/05/2015)


Uno ya ha dicho en más de una ocasión que desde la España institucional y mediática no se acaba de entender demasiado bien lo que sucede por estos pagos. Llevan un par de meses proclamando la caída en barrena del secesionismo, los estertores del proceso, su agonía... Reúnen unos cuantos datos, los interpretan tan sesgadamente como sus "enemigos disgregadores" y acaban construyendo una ficción de normalidad, de retorno al redil y de fin de un ensueño, cuyo carácter fantasioso no tiene nada que envidiar al que prodigan la mayoría de los líderes de opinión del "procés".

Es cierto que en las últimas encuestas el "no" a la secesión ha superado por vez primera en varios años al "sí" pero hay que tener cuidado con la lectura que se hace. Alguna vez uno ha distinguido por estos pagos entre, al menos, cuatro grandes porciones, de mayor a menor, del electorado catalán: secesionistas, no-nacionalistas, unionistas y españolistas. Los primeros son la minoría mayoritaria y los últimos una clara minoría. Los otros no pueden ser adscritos a ninguno de los dos polos: oscilan, preferirían probablemente una solución de compromiso con España pero también, especialmente los no-nacionalistas, no harían ascos a una independencia ordenada, dilatada en el tiempo y respetuosa con la historia común del sur de los Pirineos (lengua, deuda, doble nacionalidad...). Si ahora buena parte de estos se han manifestado contra la independencia ha sido, creo, coyunturalmente: el lógico desenlace de la asfixiante presión que buena parte del movimiento secesionista aplicó entre septiembre y diciembre y que crispó, innecesariamente, el ambiente. Fue una especie de efecto boomerang. Sin embargo, la situación es demasiado volátil como para esperar que esta toma de posición se mantenga demasiado tiempo como creen los adversarios del secesionismo. Y es aquí donde entra en juego esa variable "anímica" en la que se apoyan para vaticinar el fin del movimiento: la que que habla acerca de la disminución del entusiasmo que lo nutre.

No es que el secesionismo haya perdido fuelle: mis amigos secesionistas siguen siéndolo (¡faltaría más!) pero lo que sí es cierto es que el entusiasmo no guía su juicio tanto como hace unos meses. Ya no esperan alcanzar la ruptura en semanas ni están convencidos (en absoluto) de que el "nuevo país" vaya a ser mejor que el actual. De hecho, algunos reconocen que tienen el "corazón partío": racionalmente no tienen esperanzas en el experimento y más visto el comportamiento de las élites políticas catalanas durante estos últimos meses pero sentimentalmente no pueden, ni quieren, evitar el deseo de que su patria sea independiente. Esta decadencia de la fiebre se trasluce en una relativa caída, que uno agradece enormemente, de la contaminación visual de banderas, lemas, insignias, etc. en Barcelona ciudad, por ejemplo, y que parecería avalar esa satisfacción que algunos dirigentes y propagandistas españoles exhiben. Sin embargo, uno hace la lectura contraria porque:

a) el incremento o la mengua del simbolismo no puede traducirse automática y linealmente en un aumento o disminución de la masa secesionista. Además, aunque haya menos banderas sigue habiendo muchas y no en la posición clásica-autonomista sino en mástiles, gigantescas, de acuerdo con las pautas de una estética patriótico-militar;

b) justamente, si el secesionismo tiene posibilidades de triunfar no será fundamentando sus pasos en la base emotivo-religiosa que lo sustenta sino adaptándose al "principio de la realidad" y guiándose por la prudencia, la táctica y el sentido común. De hecho, por ejemplo, a menor entusiasmo menor presión, más tolerancia y, por tanto, más posibilidades de que todos aquellos que se han llegado a sentir amenazados, pero que no eran especialmente beligerantes contra el proyecto de una Catalunya independiente, puedan volver a su posición de inhibición o incluso a participar activamente en el "procés".

Tiene uno la impresión de que sólo un plan a largo plazo que considere la situación internacional, la división interna creada y las posibilidades "reales" de la apuesta secesionista, sin orillarlas por una sobreestimación emocional, puede salir adelante con garantías de éxito: el problema es que sin la movilización pasional parece que el movimiento esté condenado a su consunción...