16 de junio de 2015

Crónica de la Nueva Edad (16/06/2015)


Fuera del gran área metropolitana de Barcelona y de las ciudades de Lleida y Tarragona que, ciertamente, acogen a más del 60% de la población catalana, tiene uno la impresión de que la "desconexión" rige en Catalunya. En estos dos últimos años ha viajado lo suficiente por el país como para constatar que "de hecho" - y casi "de derecho" - la mayoría de los ciudadanos que habitan en el interior de Catalunya, las zonas rurales y las poblaciones pequeñas, "se han ido" de España. La presencia en prácticamente todos los edificios públicos de banderas secesionistas, así como en plazas, colegios y hasta centros de salud, es tan sólo la proyección exterior de una percepción interiorizada de distancia y falta de legitimidad del Estado que únicamente les gobierna en apariencia. Es más, ni siquiera parece que echen de menos la Liga española de fútbol: la Liga Catalana se desea con tanta intensidad como la Champions. No necesitan más. Y en cuanto al Real Madrid, les basta con cruzárselo en la competición europea o a algunos ni eso... Si al final el secesionismo no triunfa será complicado, por no decir imposible, restaurar la conexión en estas amplias zonas del Principado pues en esta Catalunya "desconectada" no hay espacio para la duda: la independencia es cuestión de tiempo y se debe imponer más temprano que tarde. Y lo cierto es que si uno ignora la capital y sus alrededores no puede por menos de estar convencido que así sucederá. No se ve cómo se podrá dar marcha atrás.

La intensidad de la desconexión depende de los ámbitos pero, por ejemplo, es notable en el mundo educativo. Tanto en los planes de estudio como en la organización escolar Catalunya se ha desvinculado de España sin estridencias pero contundentemente y no se trataría del obsesivo tema lingüístico sino de aspectos menos llamativos como las referencias normativas, las prácticas, las áreas de estudio, los objetivos del aprendizaje, etc. Eso para no hablar de la ferviente y beligerante militancia de una gran parte del profesorado y, sobre todo, de los maestros, que inclinan decisivamente la balanza de la formación de los niños y adolescentes hacia el lado de la vivencia de una separación integral a la que sólo falta darle la apariencia legal necesaria. Mediáticamente, el calibre de la desconexión es tal que algunos de mis amigos secesionistas más moderados confiesan que empiezan a estar hartos de que desde los órganos públicos "ens mirem tant el melic" ("nos miremos tanto el ombligo"). Como decía la otra noche una amiga parece que sólo haya qué bonica és Catalunya, Procés y Barça. Y no es precisamente una unionista o una españolista camuflada quien lo decía. Los noticiarios escasamente utilizan la palabra "España" o "españoles": "Estado" y "Península" (cuando se habla del tiempo) son los términos preferidos para hablar - con lejanía y seriedad, como si no fuera con "nosotros" - de lo que sucede más allá del Ebro en las escasas pausas que dejan las crónicas hagiográficas de la empresa secesionista que dominan los Telenotícies y que se acostumbran a acompañar de relatos de los catalanes destacando en el mundo.

Con todo, esta desconexión no cala suficientemente en Barcelona y sus alrededores y por ello se están intensificando las medidas micropolíticas que puedan permitir el paulatino avance de esta "sensación" que sería seguida rápidamente por una "convicción" y que instauraría definitivamente la percepción de que no hay retroceso posible.