23 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (23/09/2015 - I)


Es probable que el desenlace del "contencioso" catalán tenga que ver, como casi siempre, con las dinámicas geopolíticas y económicas internacionales pero para aquellos que vivimos en el "interior" del conflicto parece que la suerte dependa, en cierta medida, de nuestra actitud: nuestra toma de partido, nuestra lucha, nuestro voto...

Desde esta perspectiva, la salud, calidad y eficacia de la democracia formal, representativa o burguesa, llamémosla como se quiera, no es un asunto baladí cuyo expediente se pueda solucionar acudiendo a su "idealidad", su carácter ideológico o su carácter regulativo o desiderativo: es la democracia que hay, la efectivamente existente, y aunque ni siquiera se aproxime al ideal planteado por la Ilustración en el s. XVIII, su desarrollo, conservación, pervivencia o decadencia, es crucial para mantener como mínimo la ilusión de nuestra capacidad de intervenir en la evolución de los acontecimientos histórico-sociales presentes y futuros o puede que algo más pues quizás la Historia no sea un proceso sin sujeto aunque parece poco verosímil que su sujeto seamos todos y cada uno de nosotros: a lo mejor nuestra acción es una variable más que, en determinados momentos, juega un papel minúsculo (como parece que es el caso en el enfrentamiento entre Catalunya y España) y en otros más relevante (en el resultado final de la II Guerra Mundial, por ejemplo) por lo que hace a la evolución de los procesos históricos y sociales.

Así pues, como la salud, calidad y eficacia de la democracia en la que participamos no es un tema menor especialmente por lo que hace a nuestra higiene moral, los síntomas que se están manifestando por aquí, a la luz de la dinámica de la posible secesión catalana, no pueden sino presagiar una agudización de la decadencia de una forma de organización política que históricamente se ha adaptado a contextos muy diversos pero que parece que hoy día a duras penas se mantiene en pie ante la fuerza de sus enemigos y la debilidad y dimisión de aquellos que debieran mostrarse más favorables a asegurar su supervivencia y mejora: los que participamos en ella como agentes. El abandono de nuestras responsabilidades en favor de modos de pensamiento y acción más cercanos al totalitarismo que a cualquier forma de democracia deliberativa no le augura un futuro optimista ni en Catalunya ni en España: su final está muy próximo aunque sea bajo la apariencia de una esclerotizada "forma" parlamentaria.


Cuando los ciudadanos dejan de autocomprenderse como tales y se piensan a sí mismos como "miembros" de una entidad superior (España o Catalunya) a la que supeditan su moralidad abdicando de su singularidad irreductible, las simientes de una corrupción integral de la democracia, por muy formal que sea, están sembradas y germinarán más pronto que tarde. Y si además los partidos no sólo dimiten de su papel representativo, delegado, sino que además se comportan respecto a la democracia instrumentalmente y renuncian a cualquier asomo de eticidad, la degradación puede ser rápida y mortal.