4 de octubre de 2017

Atmósfera irrespirable

Presiones tan intensas, manipulaciones tan descaradas que se confunden con las mentiras más zafias, coacciones apenas disimuladas para forzar la unanimidad del "pueblo catalán" o para galvanizar a un estado burocrático e incompetente tras la bandera española. Los secesionistas ya hace tiempo que supeditaron los medios al fin y han intensificado la histerización de la vida social hasta límites insoportables pero está claro que el gobierno español les ha proporcionado el combustible para ello envuelto, además, en celofán y con un precioso lacito rojo. Anoche, discurso del Rey. Pésimo. Ni un reconocimiento de los errores ni una apelación a la sensatez y al diálogo. A tenor de lo visto hasta ahora es discutible que las instituciones españolas se merezcan conservar Catalunya. Tampoco las catalanas han dibujado con su práctica un país mínimamente atractivo excepto para los supremacistas cuya influencia en el movimiento parece haber ido creciendo en los últimos días. La mitad de los ciudadanos catalanes no está, en realidad, incluido en este proyecto de país y, como en todo proceso insurreccional, quienes se van imponiendo son los más sectarios e intolerantes. Muchos docentes de este país se han convertido en tristes agitadores dimitiendo de su labor pedagógica y de la neutralidad ideológica: han lanzado a la basura su profesionalidad. En fin. Días horribles incluso para los secesionistas más sensatos. No se puede leer otra cosa que el goteo constante de los medios de comunicación que, como señalaba Sloterdijk, cumplen su papel de generadores de estrés a la perfección. Apenas se puede razonar con claridad y mucho menos dialogar. Pasa uno el día entre el trabajo, Internet y la televisión. La poesía es un recuerdo. La filosofía una ruina. Desde Illinois, Montreal o Buenos Aires es probable que algún observador sólo destaque la épica de la transformación social y el movimiento popular y la retórica de la represión. Desde Soria, Paris o Munich la ilegalidad y la unilateralidad. Desde Barcelona, uno destaca el miedo: ante todo el miedo.

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